jueves, 23 de abril de 2015

UN BUEN TEXTO PARA ENTENDER EL CRAC DEL 29

Groucho Marx, accionista en 1929 -
«Muy pronto, un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención, y la de todo mi país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez en 1926. Y constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. O al menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero. ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios.  Parecía absurdo vender una acción a 30 $ cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor.

 Mi sueldo semanal en Cocoteros era de unos dos mil $, pero esto era calderilla en comparación con la pasta que ganaba teóricamente en Wall Street. Disfrutaba trabajando en la revista pero el salario me interesaba muy poco. Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre el mercado de valores. Ahora cuesta creerlo pero incidentes como el que sigue eran corrientes en aquellos días.

Subí a un ascensor del hotel Copley Plaza, en Boston. El ascensorista me reconoció y dijo: -hace un ratito han subido dos individuos, señor Marx, ¿sabe? Peces gordos, de verdad. Vestían americanas cruzadas y llevaban claveles en la solapa. Hablaban del mercado de valores y, créame, amigo, tenían aspecto de saber lo que decían (…). El caso es que oí que uno de los individuos decía al otro: “ponga todo el dinero que pueda obtener en United Corporation” (…)

Le di cinco dólares y corrí hacia la habitación de Harpo.  Le informé inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia con que me había tropezado en el ascensor. Harpo acababa de desayunar y todavía iba en batín.  "En el vestíbulo de este hotel están las oficinas de un agente de bolsa", dijo, "espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones antes de que se esparza la noticia". "Harpo", dije, “¿estás loco? ¡Si esperamos hasta que te hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros!” De modo que, con mis ropas de calle y Harpo con su batín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de la United Corporation por valor de ciento sesenta mil dólares, con un margen del veinticinco por ciento (...); si uno compraba ochenta mil dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo veinte mil. El resto se le dejaba a deber al agente (…).

El mercado siguió subiendo y subiendo (...). Lo más sorprendente del mercado en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar {...}. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba a doblar su valor en pocos meses (...). El fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios -y en muchos casos, sus ahorros de toda la vida- en Wall Street (...).  Y, mientras el mercado seguía subiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero al igual que los demás primos era avaricioso.

Un día concreto, el mercado empezó a vacilar. Algunos de los clientes más nerviosos fueron presa del pánico y empezaron a descargarse de sus acciones (...). Al principio, las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores. (…).

Luego, el pánico alcanzó a 1os agentes de bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando los márgenes adicionales (...) y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio (...). Luego, un martes espectacular, Wall Street lanzó lo toalla y se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando (...). El día del hundimiento final mi amigo, Max Gordon (...), me telefoneó desde Nueva York (...). Todo lo que dijo fue: "Marx, la broma ha terminado". Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte, lo único que perdí fueron 240.000 dólares.... era todo el dinero que tenía.»


(Groucho Morx: Groucho y yo. Barcelona, Tusauets Editores. 1980.) 

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